Una persona, evento, realidad puede ser analizada y valorada desde diversos puntos de vista: actores, causas, importancia, etc., también desde el punto de vista de la historia de los efectos de los resultados de su paso por la historia.
Verdaderamente la realidad Jornada Mundial de la Juventud podemos evaluarla y valorarla desde lo que suscitado en la historia, desde sus efectos, sus resultados ¿Cuáles podrían ser?
En primer lugar tenemos que toda la celebración de la JMJ está precedida por la peregrinación de una Cruz. Desde el momento en que se elige una sede, comienza la preparación con la llamada a acompañar la Cruz de la JMJ por diversos países en un recorrido.
Para nosotros los cristianos, la cruz es inseparable de la figura, del mensaje, de la persona del Señor Jesús. Para el Señor Jesús el momento de la cruz significó el momento de decir “aquí estoy” para eso he venido al mundo, Padre glorifica tu nombre (cfr. Jn 12, 27-28).
Para Jesucristo la cruz constituye el momento en el que va a configurarse con la realidad humana más dolorosa y enigmática: la muerte y así aprendió sufriendo a obedecer (cfr. Heb. 5, 7ss) ).
En la cruz, Jesucristo asume todo el dolor del mundo y lo transforma, le da todo un giro copernicano porque en su muerte está el ingrediente fundamental del amor. Y el amor todo lo cambia.
Todo el camino de la vida del Señor Jesús estuvo marcado por el amor “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito” (Jn. 3,16) y la misericordia
Y el amor es lo que te permite decir “aquí estoy”. Sin amor tu presencia no dista de ser distinta a la de un pedazo de oro. Las personas te necesitan a ti, no tus pertenencias. Y es lo que te permite sintonizar con las personas, entrar en una verdadera comunicación.
Al responder “aquí estoy” estás identificándote con este gran signo de la JMJ: la cruz. Y es interesante reflexionar sobre las personas que están alrededor de la Cruz del Señor Jesús.
A) Dirigentes del pueblo: pasan, menean la cabeza, se burlan. Retan a Jesús para que se baje de la cruz y así podrán creer en El. No ocurre el milagro como ellos lo desean. No estaban dispuestos a ceder un ápice de sus privilegios, porque, en el fondo, es lo que buscaban ya que por eso entregaron a este inocente. Era un peligro para el sistema que habían construido y en el que estaba ausente el amor y la misericordia (cfr. Jn, 11, 49ss).
B) Los curiosos: en todo evento te encontrarás gente que se acerca para ver de qué se trata, qué está pasando. Pero no pasan de allí: acercarse con una mirada curiosa y nada más. Su corazón, su vida, sus intereses no están involucrados. Miran, pero no ven, no se involucran. No se interesan por nada ni por nadie. Son insensibles. Recuerdo que durante la celebración de la semana santa en un pequeño pueblo del Oriente venezolano, los jóvenes organizaron la escenificación de un Vía Crucis; en la estación cuando Jesús cae por el peso de la cruz, un niño espontáneamente se acercó al que hacía de Cristo y le dijo: vamos, levántate; tienes que seguir.
C) Los que creen: María y el Discípulo Amado. Están allí porque su vida ha sido moldeada por esta realidad de la entrega. En el joven discípulo, el discípulo amado, en la mujer de Nazareth están identificados todos los hombres y mujeres que permanecen fieles sin buscar notoriedad. Son los silenciosos hombres y mujeres de nuestras parroquias que se entregan a la causa del Evangelio sin hacer ruido. Es esa familia que durante años se dedicó a cuidar a un matrimonio de ancianos, que habían quedado solos porque los hijos murieron.
D) Los que están en camino: el centurión romano y el, así llamado, Buen Ladrón. No comprenden mucho, pero se percatan de que este Crucificado tiene algo distinto. Durante el trayecto de la vida han notado que los seres humanos pasamos por el mundo sin dejar huellas. No se han comprometido en ningún proyecto, en ninguna actividad que redunde en bien de los demás. Sólo piensan en sí mismos.
A pesar de la vida opaca que llevaban, en algún momento se han detenido y han mirado a los lados. Y se han desviado para ayudar a alguna persona como el Buen Samaritano. Y ese gesto les ha marcado.
Oyen entre el gentío que se burlan de este crucificado y entre otras cosas, le dicen “a otros ha salvado y así mismo no puede salvarse….ha puesto su confianza en el Dios, pues que Dios lo salve ahora..(cfr Mt. 27, 42), en la versión de Lucas, el buen ladrón habla sensatamente (cfr. 23, 40-43). Y el centurión romano ve algo distinto en este crucificado (cfr. 23, 37)
La cruz no debe constituirse en un objeto decorativo para nosotros. Es un signo positivo, está diseñado para que aprendamos a unir las realidades divinas y humana; el cielo con la tierra; a unir los 4 puntos cardinales
Nuestra humanidad está desorientada. Hemos salido del oriente y construimos ciudades sin corazón, el concreto ha endurecido la sensibilidad volviéndonos máquinas y se ha generado lo que el Papa Francisco denomina la “cultura del descarte”.
Las personas nos piden a gritos que las veamos, que distingamos la bondad, la generosidad, el altruismo que existe. Que escuchemos las voces que piden que vayamos a compartir la belleza de nuestra fe como lo hizo Lidia con el Apóstol San Pablo (cfr. Act. )
Hemos venido a la JMJ a buscar respuestas a nuestras inquietudes. Mis querido hermanos y hermanas jóvenes, ¿Qué legado quieres dejar?, ¿cómo quieres ser recordado?; lo que estás viviendo, haciendo, proyectando hoy ¿qué repercusiones tendrá en el futuro? Hemos de pasar por el mundo haciendo el bien y como el poeta expresar “puedo caminar descalzo por el mundo porque no he sembrado espinas”.
Este signo nos ha permitido asumir todo el dolor del mundo en lo que el Papa Francisco ha llamado “guerras a retazos”; nos ha permitido asumir el grito de la Madre Tierra en el grito de los desheredados a quienes el cambio climático los ha sumergido en inundaciones o le hace padecer sequías por años.
Y de ese camino de futuro, no podemos ni debemos excluir este signo que nos precede. La cruz nos “siembra” en la historia y en la vida de las personas. Es interesante notar que la cruz está clavada en la tierra. Y, como si echase raíces, ha dado muchos frutos. Las flores y los frutos de los árboles son posibles porque las raíces están bien hundidas en la tierra.
Al pie de la Cruz estaba la Madre (cfr. Jn 19,25). Cuando María junto con José llevaron al Niño al templo, Simeón le anunció a la Madre que una espada de dolor atravesaría su alma (cfr. Lc 2,35). En ese momento, María no pidió cambio de planes.