Monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la nueva Diócesis de El Tigre, estado Anzoátegui.
El texto del Evangelio de este domingo XXIV nos presenta al Señor Jesús reprochando al Apóstol San Pedro tener pensamientos de clara tendencia de aquellos que consideran que la causa está perdida cuando se habla de sufrimiento, modestia, debilidad.
Cuando se afirma una mentalidad perdedora, no se compromete la causa del cristianismo. Se la favorece.
En la lógica de la cruz no se es vencedor cuando se golpea con los puños para afirmar los propios derechos y reivindicar privilegios sino cuando uno es vencido, con los brazos clavados.
La gloria, la importancia, el prestigio en una dimensión terrena, son precisamente lo opuesto a tomar la cruz y negarse a si mismo.
Si se reduce la cruz de Cristo a mero adorno y no se traduce en “pensamiento”, lógica, comportamientos locos, entonces se hace escarnio, precisamente como aquel de los enemigos en el Calvario.
El asunto no se refiere exclusivamente a san Pedro, sino que compromete a todos los que desean ser discípulos, que están continuamente invitados por la duras palabras del Evangelio a verificar si su vida y sus opciones están reguladas según los criterios ampliamente aceptados por los hombres, o según los criterios establecidos de una vez para siempre por el Maestro de Nazareth.
Al tentador se le derrota en el terreno del Calvario. Jesucristo no ocultó su rostro ni a los insultos ni a los salivazos. Quien quiera ser discípulo del Nazareno debe estar dispuesto a valorar bien que las posiciones de poder, de privilegio, los honores no pueden separarle de lo que el Maestro ha asumido. No busca ni honores ni gloria. Es capaz de discernir para no caer víctima de los enemigos del servicio
La fe debe traducirse en obras. Las obras por excelencia son el amor, la justicia, la fraternidad, la paz.
Las obras siguen siendo necesarias, pero no para ganar o pagar el precio de la salvación (esta se ha ofrecido gratuitamente, una vez por todas, sobre el Calvario, y el único precio aceptado ha sido la sangre de Cristo), sino para manifestar, para hacer visible nuestra fe y, y consiguientemente, para “merecer” el derecho a ser llamados discípulos misioneros.
Y no hay manifestaciones mas creíbles de la fe que una encarnación en el terreno existencial. La fe profesada con la boca es aceptable solo si se expresa en los hechos. El mundo de hoy cree más a los testigos que a los maestros. Y si cree en los maestros, es porque son testigos.