Monseñor José Manuel Romero Barrios, Obispo auxiliar de la Diócesis de Barcelona y rector de la parroquia San Juan Bautista en San Tomé.
Domingo XIX A (13/08/17)
Los aviones están sujetos a atravesar fuertes turbulencias en su travesía aérea; en el transcurso de la navegación, las naves se ven sometidas a frecuentes turbulencias marinas, lacustres o fluviales.
La naturaleza muestra con frecuencia en zonas del planeta situaciones de temporales, huracanes, ciclones; más aún, el mismo ciclo de las estaciones marca la presencia o menos de irregularidades atmosféricas. Se toman las previsiones del caso según las estaciones.
Nuestra vida no escapa de lo que acontece a nuestro alrededor; estamos sujetos a las inclemencias del tiempo atmosférico; vivimos sometidos a los altos y bajos de la existencia humana; sufrimos enfermedades o las sufren nuestros seres queridos y eso genera momentos borrascosos.
El Evangelio de San Mateo presenta este domingo la escena que viene intitulada Jesús camina sobre las aguas y Pedro con él.
El ancho mar ha atraído a los seres humanos; su existencia cautiva y atrae, y, a la vez, infunde cierto temor porque es como lanzarse a una dimensión desconocida. Todo ser humano experimenta ante las aguas la sensación de un poder formidable imposible de domar, terrible cuando se desencadena, amenazador para los marinos como para las poblaciones ribereñas a las que amenaza con anegar.
El discípulo y la discípula del Señor Jesús están conscientes que creer en Él, no es para nada como andar en una alfombra mágica. Como seres humanos, su vida está sometida a los vaivenes, a las contingencias de las realidades humanas.
No somos ni milagreros ni fabricantes de milagros; no buscamos el rostro de Dios Padre ni en los relámpagos, ni en los terremotos (léase Primer Libro de los Reyes 19, 9.11-13). Caminamos en la vida con la confianza de que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Act. 17,28).
San Mateo presenta al Señor Jesús como el Mesías prometido. Al escribir a judíos convertidos al cristianismo, presenta al Señor Jesús como el que, como YWHW en el Antiguo Testamento, domina los elementos de la naturaleza.
Verdadero Dios y verdadero hombre, tiene el gesto tierno y dulce, humano, cercano de “despedir a la gente” (Mt. 14,22) después que sació su hambre con la multiplicación de los panes (cfr. vv 20-21), como cuando se termina una fiesta o una reunión y el dueño de la casa se encarga de despedir a cada invitado o cada huésped se acerca al anfitrión para agradecer las atenciones recibidas
No hay que tenerle miedo a nuestra condición humana; el apóstol Pedro pretende ir más allá. Y se hunde. El gran milagro está bien patente: Jesucristo camina a nuestro lado. La certeza de su presencia y acción dinamizan la actividad evangelizadora de Iglesia para llevar a todas las personas hacia Jesucristo.
Ir hacia Jesucristo, Centro del cosmos y de la historia, debe mantener viva nuestra esperanza. Cuando quitamos nuestros ojos y nuestro corazón del Salvador, comenzamos a hundirnos.
Desde antiguo, se ha visto en la barca una imagen de la Iglesia, metida por Jesús en una difícil aventura y, aparentemente, abandonada por él en medio de la tormenta. Este sentido, que estaba ya en Marcos, lo completa Mateo con un aspecto más personal, al añadir la escena de Pedro: el discípulo que, confiando en Jesús, se lanza a una aventura humanamente imposible y siente que fracasa, pero es rescatado por el Señor.
En la imagen de Pedro podían reconocerse muchos apóstoles y misioneros de la Iglesia primitiva, y podemos vernos también a nosotros mismos en algunos instantes de nuestra vida: Cuando parece que todos nuestros esfuerzos son inútiles, cuando nos sentimos empujados y abandonados por Dios, cuando nosotros mismos, con algo de buena voluntad y un mucho de presunción, queremos caminar sobre el agua, emprender tareas que nos superan.
Ellos vivenciaron que Jesús los agarraba de la mano y los salvaba. La misma confianza debemos tener nosotros.