Monseñor José Manuel Romero Barrios, Obispo auxiliar de la Diócesis de Barcelona y rector de la parroquia San Juan Bautista en San Tomé.
Por los Caminos. Vivir marcados por la PASCUA, vale decir por la VIDA
La vida está marcada por el movimiento, es un continuo “pasar”. Desde el estado embrionario pasamos al de feto: morimos como embrión y resurgimos como feto. Si no sucediera esto, estaríamos ante la muerte verdadera. Del mismo modo, llegamos a niños sólo cuando dejamos el seno materno muriendo a la condición de feto. Y lo mismo cumple decir de todos los sucesivos “pasos”
Todo -el hombre, la naturaleza, la historia, el progreso…- está marcado por el signo del “pasar” desde una situación de partida a la siguiente. Es preciso abandonar una posición (“morir” a ella) si queremos conquistar otra (“resurgir”, asumir la nueva posición): es una condición de vida, una ley a la que nada se sustrae. Lo que se define como “hilemorfismo pascual”, pretende dar a entender que la pascua, concebida como “paso”, como un “morir-para resurgir”, está inscrito en todo, y nada se sustrae a su influjo.
Cada hombre, sea creyente o no, vive marcado por la pascua. Con todo existe un problema: ¿no será acaso este continuo paso el indicio de una carácter incompleto por parte del ser humanos? ¿Hasta cuándo continuará? ¿Tendrá un término? ¿Nos conduce el último paso a la muerte definitiva (el fracaso) o a la vida que no termina, a la plenitud?
El ser humano confía a la fiesta la respuesta a estas interrogantes. En efecto “toda fiesta es una afirmación, un sí a al vida, un juicio favorable sobre nuestra existencia y sobre la del mundo entero” (Juan Mateo). Quien celebra una fiesta no dice: “todo ha terminado”, “todo carece de sentido”. Quien celebra una fiesta vive en la abundancia –de alimento, de dones…,-, ya no le precisa el tiempo… En la fiesta, y a través de varios signos, manifiesta el hombre la confianza que tiene en alcanzar y pregustar ya como primicia “la plenitud de la vida”
La fiesta es el lugar de la memoria y de la esperanza. En la memoria aparece la historia personal y colectiva en su designio orgánico y recibe luz necesaria para sus distintos momentos. La memoria nos impulsa hacia el futuro y mantiene despierta la expectativa de la plenitud de la vida.
El misterio de la pascua del Señor Jesucristo brinda una respuesta a las preguntas del hombre. El Señor Jesús, con su resurrección, nos dice que el continuo “pasar” no tiene como término final la muerte, sino la vida. Y en la fiesta nos anticipa y nos hace vivir, como primicia, el paso definitivo a la vida eterna. En efecto –escribe el apóstol San Pablo-, “Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida” (Primera Carta a los Corintios 15, 21-23)
Por eso se convierte la fiesta de la Pascua en afirmación de la vida, renovada por la resurrección de Cristo. El cristiano vive con al seguridad de que ahora es radicalmente libre, sin tener que temer ya nada por su vida. Esta fiesta se vive en una alegría prolongada junto a los otros hermanos en la fe y se explicita en muchos otros motivos de fiesta: fiesta de la comunidad parroquial, de las primeras comuniones, de las confirmaciones, de las ordenaciones sacerdotales, del final del año de la catequesis, del mes dedicado a venerar la memoria de la Virgen María, del día de la madre…
+José Manuel
Por los Caminos. Razón de nuestra alegría pascual (1)
A largo de la cincuentena pascual ( sábado 15 de Abril –Vigilia Pascual- hasta el Domingo 04 de Junio-fiesta de Pentecostés-) en los templos donde se reúnen los fieles resuena con entusiasmo el canto del Aleluya, expresión de júbilo y de felicidad. ¿Por qué? Porque Cristo resucitó
La resurrección del Señor Jesús constituye el núcleo básico de la vida de los creyentes y de la Iglesia. Sin fe la resurrección es absurda. Lo afirma el apóstol San Pablo: “si Cristo no ha resucitado es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe” (1 Corintios 15,14). O bien: “si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo para esta vida, somos los hombres más dignos de compasión” (1 Corintios 15,19)
Ahora bien, para el hombre moderno es verdadero y real lo que es objetivamente comprobable. Es histórico lo que puede ser comprobado y conocido. En este sentido, la resurrección no es un “hecho histórico” comprobado. La tumba vacía puede significar muchas cosas, pero la resurrección como tal no es comprobable históricamente. Se constata únicamente la fe pascual de los discípulos.
Por la fe en la resurrección, el grupo de los discípulos se transforma en un movimiento religioso, cuyo centro es Jesús El Mesías resucitado y vivo. Los primeros discípulos, por creer en el Resucitado, se distancian y separan del judaísmo, del que finalmente son expulsados. Por otra parte, los discípulos tienen una experiencia profunda y compartida por muchos y repetida en circunstancias diversas.
Todos los escritos del Nuevo Testamento hablan de la resurrección de Jesús y de la resurrección de los muertos en unas cuarenta oportunidades. Es bueno recordar que los pasajes de los evangelios sobre la resurrección se escribieron treinta o cuarenta años después de alimentar la esperanza, extraer consecuencias de cara a la vida cristiana y celebrar este gozo en la liturgia.
Los seres humanos sentimos un intenso deseo de vivir, de llegar a ser lo que soñamos profundamente, de realizar nuestros proyectos, de que llegue una nueva sociedad, pero estamos limitados por nuestro cuerpo, nuestras ambiciones y nuestra búsqueda de seguridad, poder y dinero.. Hay, sin embargo, algo hondo que no se resigna al fracaso, un anhelo de vida total, de victoria sobre la muerte, de triunfo definitivo.
Frente al muerte surgen diversas actitudes. Para la filosofía platónica, por ejemplo, lo más importante del ser humano es el alma. Este pensamiento supone la distinción entre cuerpo y alma, que no comparte la antropología bíblica, para la que el ser humano forma un todo, una unidad. Otros como los agnósticos, viven pacíficamente en la finitud, no necesitan más, no echan de menos a Dios (Tierno Galván). No faltan los que se rebelan ante la muerte “por dignidad personal” (Ernest Bloch) o por una “sed de durar” (Miguel de Unamuno). Lo expresa lapidariamente Bloch: “nadie muere creyendo que se muere del todo”. También existen lo que no se plantean nada. Algunos aceptan estoicamente esta vida que acaba con la muerte. Otros piensan que hay un “más allá” o un “algo” después de la muerte, difuminado e inconcreto. Los hay que aceptan la reencarnación o la transmigración de la almas.
Los cristianos confesamos en el Credo que esperamos la resurrección de los muertos.
+José Manuel