Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
El seguimiento del Señor Jesús es exigente. Jesucristo como que no le gustaba la gente “light”, que se rajase a las primeras de cambios.
El declara abiertamente que ha venido a traer paz sino espada (cfr. Mt 10,34); ha venido a agudizar las contradicciones, a poner en crisis, a producir desconciertos.
No ha venido a entregar ramos de flores sino a poner cruces en los hombros de quienes quisieran seguirle
Les mueve el piso a quienes desean seguirles.
En tiempos del evangelista San Mateo, al parecer ser discípulo del Maestro de Nazareth, era vivir en rupturas, divisiones.
En nuestros tiempos, el testimonio coherente de la fe cristiana comporta en muchos países la persecución, o que te saquen de los beneficios que solo los afectos al régimen puedan disfrutar.
Ponerse del lado de los que luchan por los derechos de las minorías o de la lucha por los derechos humanos o por las tierras de los indígenas contra los terratenientes, implica ser blanco de persecusiones.
El mártir de América, San Oscar Arnulfo Romero, alzó su voz para defender a los pobres contra los poderosos. Y su misa fue interrumpida por una bala asesina.
Hay muchos obispos, catequistas, misioneras y misioneros que viven peligrosamente por asumir las causas de los inmigrantes. Afortunados somos de vivir en estos tiempos con estos testigos, por los menos nos despiertan la conciencia.
Es preciso que nos aseguremos de caminar contra corriente. Tenemos todavía la esperanza de ver también hoy, en medio de nosotros, cristianos modestos que llevan silenciosamente su cruz de cada día, que encajan golpes y humillaciones (en casa, en la fabrica, en la oficina) porque quieren ser obedientes al mensaje de Cristo, que sirven generosamente en la sombra.
Constituyen la memoria viviente de lo que significa tomar en serio las exigencias de la vocación cristiana.
El negarse a sí mismo, no se personaje, ponerse contra si mismo, no buscar aplausos es la forma de hablar de la identidad cristiana.
El Maestro de Nazareth no quiere destruir la familia “Jesús dice: “Quien ama a su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí, quien ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí”. Esta misma afirmación se encuentra en el evangelio de Lucas con mucha más fuerza: “Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas y hasta la propia vida no puede ser mi discípulo. (Lc 14,26) ¿Será que Jesús quiere desintegrar la vida familiar? No puede ser, porque en otra circunstancia insiste en la observancia del cuarto mandamiento que obliga a amar al padre y a la madre (léase Mc 1,8-13; 10,17-19).
Para crear comunidad es preciso anteponer a los lazos de sangre aquellos que permitan el interesarnos por los demás. Es en el seno de la comunidad donde encuentran razón de ser la vida de familia. Nadie puede ser feliz solo. No es posible buscar la felicidad de la propia familia sin pensar en las otras familias. Un padre de familia comentaba que él procuraba que sus vecinos compartiesen su escala de valores porque sus hijos se encontraban con los hijos de los vecinos en el estadio, en la escuela, en el centro comercial, etc.
Si queremos ganar un buen y mejor estilo de vida, hemos de perder abriendo espacios a los demás en nuestra vida.
02/07/23
+José Manuel, Obispo