Artículo dominical de monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
Toda esa grandeza que los ojos humanos no podían captar Dios Padre la quiere revelar por medio de dos ancianos piadosos, personajes emblemáticos, expresión de la adhesión a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todo el ser.
Simeón, es el hombre en el que lo cotidiano en lo que está inmerso no le impide tener la mirada fija en el horizonte, en el consuelo, en la revelación de la gloria. Aunque el presente no tiene sol, él está seguro de que el alba despuntará; Dios romperá su silencio, la noche oscura será rota, al invierno sucederá la primavera. Aunque entrado en años, la antorcha de la esperanza y la juventud no se ha atenuado en su espíritu. Tiene en sí la llama del Espíritu Santo que le hace cada vez más vivo, fuerte y abierto al futuro.
Su cántico no es un canto fúnebre, melancólico; es, al contrario, un saludo festivo a la Palabra de Dios que ahora se cumple.
El otro personaje es una anciana, Ana, la cual se presenta como una sonrisa; su perfil es todo luminoso y gozoso. El nombre de su tribu, Aser, significa “felicidad, bienaventuranza”.
El nombre del padre de Ana es Fanuel, que en hebreo significa “rostro de Dios” signo de bendición y de felicidad. Es modelo de vejez gozosa y pacífica.
Ordinariamente la vejez es concebida como debilidad; es vista como la etapa de la vida en la que el corazón duerme cansadamente cada día, los oídos son sordos, las fuerzas van desapareciendo, la boca está silenciosa y ya no puede hablar. La mente olvida y no se acuerda de ayer.
Lo que la vejez hace al ser humano es malo en todos los aspectos. No hay gusto por vivir, no hay sabor, no hay amor, no hay sentido o finalidad.
En cambio el pasaje lucano presenta a Ana como la representación de la vejez laboriosa y llena de esperanza.
Es presentada como orante serena.
A esta luz la presencia frecuente de los ancianos en las comunidades cristianas debe transformarse en fuente de oración, de alabanza, de acogida solícita y de anuncio en la catequesis y en el compromiso misionero. Ana, efectivamente, “hablaba del Niño a cuantos esperaban la redención de Israel” (v. 38).
Los dos ancianos pueden ser testigos porque ambos han recibido el testimonio mismo de Dios “nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios”(1 Cor. 2,11)
Para reconocer a Cristo en la Iglesia, en sus sacramentos, en los hermanos, sobre todo en los pobres y disminuidos, necesitamos absolutamente este Espíritu Santo de Dios. Para salir al encuentro de Cristo, luz que ilumina a todas las naciones, necesitamos limpiar nuestros ojos de perspectivas meramente humanas y carnales.
Que la Eucaristía de hoy, bajo el impulso del Espíritu sea un encuentro nuevo y más profundo con el Señor Jesús, una aceptación nueva de El como luz y guía y una ofrenda cada más vez mas plena y perfecta, total, de lo que somos y tenemos junto con Cristo, que es la ofrenda perfecta a Dios Padre.
12/02/23
+José Manuel, Obispo