Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre.
Las lecturas de este domingo traen escenas en las que juega un rol importante el verbo acoger.
En el libro del Génesis 18,1-10 al patriarca Abraham acoge a tres visitantes; en la carta a los Colosenses 1, 24-28, el apóstol San Pablo acoge en su vida y en su actuar el ministerio para evangelizar; en el evangelio de San Lucas 10,38-42 contemplamos al Señor Jesús acogido, recibido en una casa por una mujer llamada Marta y su hermana María.
La escena del Génesis retrata la hospitalidad de Abraham al acoger a tres peregrinos bajo la encina de Mambré. El monje ruso San Andrés Rublev (1360- 1430) inmortalizó esta escena al pintar el misterio de la comunión de la Santísima Trinidad. Abraham se esmera en atender bien a los tres misteriosos visitantes y encuentra agrado en Dios, que lo premia anunciándole la próxima maternidad de Sara (vale decir, el cumplimiento de las promesas divinas, después de una interminable espera).
Por el contrario, el excesivo quehacer de Marta merece la desaprobación del Señor Jesús (aunque en tono afectuoso: Marta, Marta…) que la reprende por haber descuidado “la única cosa necesaria”.
Correr y darse prisa. Marta “se multiplicaba para dar abasto con el servicio, y Jesucristo la reprende porque anda inquieta “con tantas cosas” (más o menos las mismas que Abraham). Marta no encuentra colaboración; en efecto, la hermana María, está sentada a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar de mil direcciones del “ama de casa”.
¿Cuál es el fundamento del reproche de Jesucristo a Marta? Ante todo, existe una pérdida de perspectiva. No entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
El desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Cristo, elige recibir; Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar; María se coloca en el plano del ser, ella en el actuar. María da primicia a la escucha; Marta se precipita a “hacer” que no parte necesariamente de una escucha atenta de la Palabra de Dios y que, consiguientemente se pone en peligro de un estéril girar en el vacío.
Marta se limita, a pesar de todas sus intenciones laudables, a acoger a Jesucristo en la casa; María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Asume una actitud discipular: quiere aprender. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido predispuesto por Él, y que está reservado para Él. Marta ofrece a Jesús una gran cantidad de cosas: María se ofrece a sí misma.
María ha elegido intuitivamente “la parte mejor” (que a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender”). Marta, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, dejará pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”.
¿Qué quiere el Señor Jesús? La cuestión principal es esta: descubrir poco a poco (porque no se trata de un descubrimiento que puede hacerse de una vez para siempre) qué es lo que desea el Maestro para ti.
Pero ese es el gran detalle: que si no eres capaz de detenerte para escuchar, si continúas con toda la bulla, si vives pendiente de la pantalla de tu celular, si solo vives para la última moda, no acertarás a descubrir el paso del Señor Jesús en tu vida.
A fuerza de dedicarte a las cosas de Jesucristo, descuidando las indicaciones indispensables que solo pueden venir de la acogida profunda, silenciosa de su Palabra, corres el riesgo de perder de vista al Visitante que llega y, al final, verte solamente a ti mismo.
17/07/22
+José Manuel, Obispo