Iniciamos la Semana Santa, Semana Mayor. Llegaron los días en que los cristianos procuramos conocer más del Señor Jesús. Es el tiempo en que los relatos de la pasión del Maestro saltan de las páginas y se hacen escenificaciones; en el mundo entero existen lugares famosos por su puesta en escena de los pasos principales de los evangelios de la pasión; en nuestro país es muy famosa la de Caripito (Monagas). La juventud se siente atraída por estos momentos.
Para sustraernos a cualquier tinte de triunfalismo, la liturgia de la Palabra hace preceder a la lectura del evangelio de la pasión por el texto del tercer cántico del Siervo de YHWH del profeta Isaías (cfr, Is. 50,4-7).
Personaje misterioso que no recorre -según el esquema mesiánico- la vía del triunfo o del juicio, sino la del sufrimiento y del don de sí mismo.
No se presenta el Siervo como un maestro de sabiduría que repite la enseñanza divina sino como un discípulo que está siempre atento a la escucha de la Palabra. Esta adhesión a la Palabra provoca una reacción adversa en la comunidad y miembros de esta le persiguen, lo humillan.
No opone resistencia, es llevado como oveja al matadero; ofrece su rostro a insultos y salivazos; persevera en su dócil actitud porque está consciente que detrás de su opción está la voluntad divina.
Muchos exégetas consideran que éste es un relato autobiográfico. Revela que Dios mismo hace su discípulo. Todo los que transmite lo ha recibido antes; no dispone de la palabra como si fuese una posesión suya, sino que el Señor se la confía en cada momento. El profeta está siempre a la escucha, no ejerce su misión a destajo.
Es bien sabido que la vocación del profeta está ligada al sufrimiento porque la experiencia del dolor le hace cercano a la mayoría de los seres humanos que están en el mismo trance, muchas veces a causa de las injusticias de los seres humanos.
El himno de la carta a los filipenses es prepaulino; himno surgido en el seno de la misma comunidad. Revela la humillación, el abajamiento del Señor Jesucristo. Renuncia a su condición divina y emprende su camino de renuncia y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos.
La divinidad de Cristo se manifiesta en su amor a los seres humanos. Es Dios que se “hace nada”, se anonada para rescatar a su criatura. Frente a la pretensión del hombre que quiere ser como dios, el auténtico Dios se hace hombre.
En este rechazo suyo a la voluntad de dominio y de poder, ha abierto un camino insólito al discípulo: el de la renuncia, el de la pobreza. No se trata de ensalzarse, sino de abajarse.
Rechaza la espectacularidad, elige el ocultamiento. La obediencia de Cristo llevada hasta el extremo–la cruz- es, en definitiva, un “si” a Dios Padre y a los hombres y mujeres. Es un sí que excluye toda autorreferencialidad y es un “no” definitivo a todo proyecto que busque su beneficio personal.
Jesús se entrega y el ser humano lo traiciona. Antes de ser entregado, Jesuscristo se nos entrega; el don, la entrega llega antes que la traición.
Y en la Eucaristía de cada día compartimos, comulgamos este proyecto del Señor Jesús: darse para estar presente en el tejido de un mundo nuevo que se fragua en el corazón de todo hombre y mujer que se disponen al servicio.
10/ 04/ 22
+José Manuel, Obispo