Artículo dominical escrito por monseñor José Manuel Romero Barrios, obispo de la Diócesis de El Tigre. Por los caminos.
“Sin que hablen, sin que pronuncien,
Sin que resuene su voz,
A toda la tierra alcanza su pregón
Y hasta los límites del orbe su lenguaje” (Sal. 18,A)
“El Señor guarda los pasos de sus amigos” (1 Sam. 2,9)
Dios Padre tiene muchos “canales” para darse a conocer a los hombres y mujeres; Él tiene proyectos de salvación “el Padre Eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina” (LG 2).
Por el hecho de ser criatura, el ser humano está abierto a esta manifestación del Absoluto; descubre en su corazón una sed de infinito, de eternidad. Experimenta que las cosas materiales le sirven pero no sacian esta hambre.
El plan salvífico, llevado a cabo en formas y en tiempos, medios y personas que Él ha dispuesto, ha tenido su plenitud en unas coordenadas espacio temporales con el evento Jesús de Nazareth (cfr. Heb 1,1ss; Col.1,25ss; Rom 3,21).
La trascendencia de Dios no implica ausencia de la historia. Es en ella donde realiza su plan de salvación y de liberación. Su voluntad (…) se realiza en la historia haciendo un llamamiento a la libre colaboración del hombre: toma pues, la forma de una propuesta: se une misteriosamente, para su éxito o para su desgracia, a la falible libertad del hombre. (cfr. DETM 71).
Esta manifestación divina ocurre en el tiempo y la historia, por lo tanto implica a unos hombres y mujeres concretos quienes son elegidos por Dios para que den a conocer a sus contemporáneos los designios divinos. Esto constituye un “ADN” de la historia de la salvación: la salvación es real e histórica, operada desde dentro del mundo y que sigue la ley de la encarnación. El Concilio Vaticano II expresa que “en esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 2).
En esta dinámica de salvación, algunos actores, siempre de la mano divina, brillan con una luz esplendente, por ejemplo, el santo rey David, el conductor del pueblo, Josué; de otros, no existe ni una palabra como “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Mesías (Mt.1,1)
Precisamente, la constatación de este hecho nos lleva a indagar como Dios Padre se manifiesta en la vida de las otras personas, cómo respondieron a las propuestas divinas y qué hizo el Altísimo en y a través de ellas.
José, hijo de Jacob, “el soñador” (Gen.37,19ss). Joven predilecto hijo del patriarca Jacob; precisamente por eso, suscitó la animadversión de sus hermanos, lo que le llevó a sufrir a causa de la envidia de sus hermanos, quienes lo venden a unos mercaderes.
Mantiene la confianza en el Dios de sus padres, se granjeó la buena voluntad de un alto funcionario de la corte del Faraón, cae en desgracia por mantenerse fiel a sus principios. Entre en juego un don que posee: interpretar los sueños; es así que interpreta un sueño del Faraón, el cual lo nombra visir.
Por los avatares y vericuetos de la historia, su parentela está sometida a una hambruna y se ven obligados a bajar a Egipto a buscar comida. Y quien se la suministra es José. Por su fidelidad, YHWH Dios lo convierte en “el salvador” para sus pérfidos hermanos, “no se aflijan, ni les pese haberme vendido aquí; porque para salvar vidas me envió Dios por delante”( Génesis 45, 5).
Descubrimos la bondad del corazón del hermano que fue traicionado en su fraternidad; descubrimos qué significa mantenerse, con las palabras y los hechos, en la obediencia al Altísimo. José es un tipo modélico de aquel que asume lo que viene y es capaz de descubrir en los recovecos la mano de Dios, a quien sirve.
Esta figura emblemática del pueblo de Israel puede servirnos para esbozar cierto perfil del “esposo de María” (Mt, 1,16); para adentrarnos en lo que no dicen explícitamente pero que sabemos son las líneas maestras de la acción divina. Y lo haremos en el rasgo de la obediencia.
29/01/22
+José Manuel, Obispo