Celebramos la Navidad. Celebramos que Dios Padre nos ha dicho su Palabra Definitiva en su Hijo Jesucristo. Esta Palabra se hizo historia, hace que el tiempo de divino se transforme en tiempo humano y el tiempo humano se transforme en tiempo divino.
El profeta Isaías denominó al pueblo de Israel “oruga”, “gusanito”; el ser humano fue llamado por Blas Pascal “lombriz de tierra”; pues bien, por él, débil y frágil, el Verbo de Dios se pone a caminar en nuestro tiempo y le confiere un sentido, una dirección, una meta: descubrir en el rostro del otro (hombre, mujer, del norte o del sur, no importa del sitio que venga o lo que crea) el rostro del OTRO. El ser humano es el camino para encontrar a la Santísima Trinidad.
Nuestra Iglesia Católica, en su deseo de profundizar su búsqueda de la voluntad de su Señor Jesús, ha iniciado un camino para recorrerlo juntos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Quiere afinar su capacidad de escuchar la voz del Espíritu Santo, alma y motor de la Iglesia, para cumplir su misión de ser “sacramento universal de salvación” para toda la humanidad.
Todo discípulo misionero, toda discípula misionera, debe estar dispuesto a ser Iglesia en salida, ha de “desgastar sus zapatos” para tocar la vida real de las personas que están en las periferias geográficas y existenciales. Personas de carne y hueso que necesitan una palmadita en el hombro para sentirse tomadas en cuenta, personas que no han sido escuchadas ya que carecen de los medios tecnológicos.
El Señor Jesús espera que el ardor que hizo experimentar a los discípulos de Emaús también sea sentido, vivido por todos los miembros de la Iglesia y puedan así vencer el temor a la oscuridad que parece cubrir la realidad social en la que vivimos. Es preciso que la luz que viene del portal de Belén arrebuje la vida de cada persona para apropiarse de las promesas divinas y contagie entusiasmo para que el Señor Jesús sea conocido, amado y servido.
Se hace necesario que los laicos comprometidos recuperen el auténtico liderazgo que es capaz de suscitar nuevos apóstoles para el Señor Jesús. A veces da la impresión que nos hemos dedicado a guardar las cenizas y hemos olvidado mantener el fuego encendido para que otros se acerquen a buscar luz.
Cada comunidad cristiana- parroquia, capilla filial, movimiento apostólico, comisión diocesana- tiene la vocación de ser como la fuente del pueblo en la que todos se acerquen y puedan saciar su sed de eternidad. La Santísima Trinidad sigue actuando en el mundo. Y en el corazón del ser humano resuena su voz. Urgen pastores que lleven a estas ovejas a fuentes tranquilas y así encuentren pastos para saciar su hambre.
El año 2022 se abre con un panorama promisorio y prometedor. Jesucristo, el Eterno Viviente, el Centro del Cosmos y de la historia, la Luz del Mundo, el Pan de Vida Eterna, el Salvador, sueña que todos sus discípulos misioneros y todas sus discípulas misioneras, pondrán todo su empeño en ser como estrellas de la mañana para todos los que se atreven a remar mar adentro para conocer, amar y servir al Señor Jesús.
02/01/22
+José Manuel, Obispo